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sábado, 28 de marzo de 2020

Reflexión en la 2ª semana de aislamiento


 
Como tiempo tenemos, algunos más que otros… a mí, no me queda mucho tiempo libre la verdad y he decidido ponerme en la piel de posiblemente muchas de las familias.

Pienso... ¿Cuántos ordenadores normalmente hay en una casa...? Lo normal, creo es uno y en algunas casas ninguno, bien. Supongamos que en este ejemplo de casa, mamá y papá hacen teletrabajo y mamá tiene el ordenador de su trabajo en la que la controlan el tiempo que está conectada y el tiempo que se "desloga" creo que se dice así...por tanto los niños pequeños, (supongamos tiene dos uno de infantil y otro de 2º de primaria)… no entienden que su mamá está en casa trabajando y no les puede atender...El padre podría tener muchos trabajos...podría ser profesor...necesitaría su propio ordenador personal para conectarse con su alumnado... ¿qué pasaría con los niños...? Tienen que hacer las tareas que mandan en el cole, no se debe perder ritmo...esto nos dicen...

Vamos a hinchar más el globo...imaginaros que uno de los dos adultos se contagia y se tiene que confinar en su habitación...el otro adulto debería seguir trabajando... haciendo comidas, atendiendo a los niños, haciendo compra una vez a la semana…¡¡¡Me estalla la cabeza!!!
Y lo peor de todo, es que estos casos están ocurriendo...niños y niñas con el privilegio de tener a sus padres en casa y que se los robe el teletrabajo, pero no pasa nada...después por la tarde, cuando la mamá o el papá dejen de trabajar, ya se pondrán a obligar a sus hijos a que hagan la tarea, en lugar de relajarse tranquilamente con ellos.

Esto suponiendo, además, la madrugada que se han pegado para dejar la comida preparada, un poco de fruta por si los niños tienen hambre y a su niñera, la "Santa Tele" al cuidado...y no voy a decir nada del canal de CLAN, palabrita...que no es hora de abrir otro melón.

Ya no hablemos de otro artículo que ha salido en el Diario de la educación, escrito por Jesús Rogero, sobre la condición insalubre de algunas  viviendas, con poco espacio,  escasa luz, humedad, frio o pocos recursos para pagar la calefacción encendida a todas horas y cuya única comida caliente era la del comedor escolar…y ya sin entrar en la brecha tecnológica…

Y qué decir de familias en riesgo de exclusión social…de familias donde hay malos tratos, de familias muy autoritarias que exigen a sus hijos lo que a ellos los exigen en el trabajo, o al contrario familias que son incapaces de decir que no a sus hijos, y no les marcan ni un solo límite.

Quizás, sólo quizás, ahora empecemos a valorar de verdad, una de las funciones más importantes, a mi modo de ver, que tiene la escuela pública más allá de compensar desigualdades y dar a todo el alumnado las mismas oportunidades, independientemente de la situación socioeconómica, y que permite un aprendizaje presencial con atención personalizada y enriquecedora al permitir y favorecer las relaciones entre iguales y con maestr@s de referencia.

La escuela pública se convierte por tanto en un lugar privilegiado en donde los niños y niñas pueden experimentar lo que es vivir en sociedad, ya que la escuela es una pequeña sociedad donde se generan conflictos, se pone límites, se resuelven de manera pacífica los conflictos…Un lugar privilegiado en donde aprender a trabajar en equipo, conociendo, respetando y aceptando la diversidad, enriqueciéndose con esta diversidad.

La escuela pública es una oportunidad de ampliar horizontes personales, con valores que nos hacen más conscientes de otras realidades, que nos hacen más solidarios…
Y en estos momentos tan duros que vivimos… ¿qué necesitamos, solidaridad o competitividad? ¿Que nos va a salvar como seres humanos cuando todo esto acabe? ¿qué nos está ayudando ahora?

No nos olvidemos como docentes de esa gran función de compensación y de transmisión de valores en estos tiempos víricos…no inyectemos nosotr@s más virus de desigualdad.
  

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